Quería ponerle un tocado a mi muñeca. Algo que fuera a juego con su vestido, pero nada me convencía del todo. Al final nos fuimos sin sombrero a las barcas y pasó lo que todos sabíamos que iba a pasar. Nos quemamos.
Escondí a la muñeca debajo de una mesa de mármol blanca y redonda, y sin darme cuenta, la mesa se convirtió en sombrero.