Un día soñé que una estrella se hizo fugaz y se cayó del cielo a mi cama.
En polvo de estrella apareció Tilda y desde ese momento siempre estuvo conmigo.
Recuerdo que para mi no eras solo una muñeca. Contigo compartía todo: un helado, una patata frita, la sopa de fideos. Viajabas conmigo a todos lados, a casa de los abuelos, a la playa, a dar un paseo.
Recuerdo que buscábamos formas en las nubes: ángeles que acababan siendo cisnes, mariposas que se metamorfoseaban en cometas o lirios que se transformaban en campanas.
Recuerdo que nos subíamos en el lomo del perro y cabalgábamos cada día más deprisa, sintiendo que estábamos sobre un caballo suave color miel.
Recuerdo que construíamos castillos con manteles,
cojines, mesas y las decorábamos con velas, flores, tazas y platos.
Recuerdo que te envolvía con pañuelos de seda de mi madre, te ponía lazos largos en la cintura y si encontraba una flor o una pluma bonita, te la ponía en el pelo. No necesitaba una barita mágica para convertirte en princesa, con paños, cada día, inventaba un vestido, un camisón, una camisa o una capa.
Recuerdo que nos contaban cuentos para irnos a dormir y yo te abrazaba fuerte, muy fuerte hasta quedarnos dormidas en el Reino de los Cielos.
Recuerdo que un día me desperté y tú ya no estabas.
Entonces yo creí que volviste a ser estrella.